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¡Mantengan las manos de EE.UU. fuera de Latinoamérica! ¡Detengan los asesinatos de Trump!

USS Gerald R. Ford [Photo: US Navy/Seaman Alyssa Joy]

La llegada del portaaviones USS Gerald R. Ford al Caribe ha aumentado dramáticamente la amenaza de una inminente guerra imperialista estadounidense contra Venezuela y América Latina en general.

La escalada militar estadounidense se produce poco después del último anuncio triunfal del “secretario de Guerra” Peter Hegseth de un par de ataques con misiles estadounidenses durante el fin de semana, que hundieron dos botes pequeños y mataron a seis personas más. Esto ha llevado el número de muertos por la ola de asesinatos criminales de la Administración de Trump contra civiles desarmados frente a las costas de América del Sur a al menos 76. Se han producido 20 ataques de este tipo desde que comenzaron el 2 de septiembre, divididos en partes iguales entre las aguas del sur del Caribe frente a Venezuela y la costa del Pacífico al oeste de Colombia.

Después de haber llevado a cabo una serie salvaje de lo que las Naciones Unidas han descrito como “ejecuciones extrajudiciales” y crímenes de guerra, el imperialismo estadounidense ahora está preparando atrocidades mucho mayores.

El USS Ford, el buque de guerra más grande de la Armada de los Estados Unidos, está acompañado por tres destructores de misiles guiados y más de 4.000 efectivos que conforman su grupo de ataque. Se están uniendo a una armada estadounidense de al menos ocho buques de guerra, incluido un submarino nuclear, y una fuerza combinada de más de 10.000 marineros e infantes de marina ya desplegados cerca de las costas de Venezuela.

Esta vasta fuerza militar se ve aumentada por una flota de 10 cazas de ataque F-35 desplegados en la recientemente reabierta Estación Naval Roosevelt Roads en Puerto Rico, así como por vuelos provocativos de bombarderos B-52 cerca de las costas venezolanas. Soldados e infantes de marina estadounidenses están realizando ejercicios tanto en Puerto Rico como, por primera vez en décadas, en Panamá en preparación para el combate.

Los analistas militares estadounidenses han descrito a la fuerza naval estadounidense en el extremo norte de América del Sur como la más grande reunida desde la primera Guerra del golfo Pérsico de EE. UU. contra Irak en 1991. Es, con mucho, la fuerza más grande desplegada en la región desde la invasión estadounidense de Panamá en 1989.

La afirmación de que este despliegue sin precedentes tiene el propósito de interceptar los envíos de cocaína es evidentemente absurda. Lo que se está preparando es una guerra imperialista a gran escala con consecuencias incalculables.

El Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, por sus siglas en inglés), un grupo de expertos con sede en Washington con vínculos íntimos con el aparato de inteligencia y militar de los Estados Unidos, señaló que el grupo de ataque del portaaviones americano “no está estructurado para operaciones antinarcóticos” pero “sí está bien estructurado para ataques contra Venezuela”. Comparó el despliegue estadounidense con “un arquero con una flecha dibujada. La postura es inestable: lanzar o retirarse”.

El hecho de que el Gobierno de Trump se está preparando para arrastrar al pueblo estadounidense a otra guerra de agresión basada en mentiras ha quedado claro desde el principio de su ola de asesinatos en el Caribe. La designación de pescadores venezolanos y colombianos como “combatientes enemigos” y “narcoterroristas” de ninguna manera legaliza su matanza. Y la pretensión de que Venezuela es una fuente importante para el flujo de drogas a los Estados Unidos es desmentida por todos los informes creíbles tanto de la inteligencia estadounidense como de las agencias internacionales.

¿Cuáles son los objetivos reales del aspirante a dictador Donald Trump y la oligarquía financiera que representa?

  • Derrocar al Gobierno de Nicolás Maduro e imponer en su lugar una dictadura títere fascista estadounidense;
  • Asegurar el control corporativo desenfrenado de los Estados Unidos sobre las reservas de petróleo de Venezuela, las más grandes del planeta, para negarlas al principal rival estratégico de Washington, China, y prepararse para la guerra global;
  • Evitar la crisis económica y el colapso financiero a través del saqueo absoluto; y
  • Imponer los grilletes de la subyugación neocolonial estadounidense no solo a Venezuela sino a todo el hemisferio occidental.

La escalada de Estados Unidos fue acompañada por un informe el martes de que el Gobierno británico ha ordenado detener el intercambio de inteligencia con Estados Unidos sobre el tráfico de drogas en el Caribe, donde Londres todavía controla algunos restos insulares de su antiguo imperio.

La razón dada es que el Reino Unido no quiere implicarse en crímenes de guerra contra los civiles desarmados siendo aniquilados por los misiles estadounidenses. Pero el imperialismo británico ha combatido hombro con hombro con los Estados Unidos en guerras criminales anteriores involucrando masacres masivas, desde Corea hasta los Balcanes, Afganistán, Irak y Libia. Si esta vez está expresando escrúpulos, es sin duda debido a los intereses imperialistas, más que a nuevos escrúpulos morales. La clase dominante británica, por un lado, teme quedar fuera de cualquier reparto de Venezuela y, por otro, está cada vez más en desacuerdo con Washington en todo, desde la guerra de Ucrania hasta los aranceles estadounidenses en constante cambio.

Lo que resulta aún más significativo en cuanto al narcotráfico es el anuncio del martes por parte del Gobierno colombiano de que está deteniendo todo intercambio de inteligencia con Washington. Según funcionarios estadounidenses, Colombia ha proporcionado el 85 por ciento de toda la inteligencia procesable utilizada por la Fuerza de Tarea Interagencial Conjunta Sur (JIATF, por sus siglas en inglés) con sede en Florida para interceptar el tráfico ilegal de drogas.

Colombia rompió estos lazos luego de la publicación inadvertida de una fotografía de un alto funcionario estadounidense en la Casa Blanca sosteniendo un documento con el título “La Doctrina Trump para Colombia y el hemisferio occidental”, sobre una fotografía generada por IA que muestra al presidente venezolano Maduro y al presidente colombiano Gustavo Petro uno al lado del otro en trajes anaranjados de prisión. El documento en sí mismo exige extender la designación de “organización terrorista extranjera” a los narcotraficantes colombianos, apoyar a las fuerzas anti-Petro en Colombia y presentar cargos penales falsos contra Petro para que, como Maduro, pueda tener una recompensa de $50 millones por su cabeza.

Petro, quien ha descrito el asesinato de venezolanos y otros latinoamericanos por parte de los militares estadounidenses en pequeñas embarcaciones como “asesinato”, exigió que Washington proporcione una explicación sobre el documento. En cambio, respondió con aún más calumnias. El subsecretario de Estado, Christopher Landau declaró: “Es muy trágico para el pueblo colombiano que esté representado por una persona de tan bajo carácter moral”, prediciendo que “el pueblo colombiano, en su gran sabiduría, rechazará este camino que conduce a la miseria, el odio y tomará otro camino”.

La “Doctrina Donroe”

¿Qué es la “Doctrina Trump” o, como se conoce cínicamente en la Casa Blanca, la “Doctrina Donroe”? La Doctrina Monroe fue promulgada en 1823 como una advertencia contra cualquier intento de los poderes monárquicos reaccionarios de Europa de recolonizar las nuevas repúblicas independientes de América Latina. Sin embargo, con el ascenso del imperialismo estadounidense, sufrió profundos cambios a medida que Estados Unidos reclamó las colonias de España en la Guerra hispanoamericana de 1898 y suprimió los esfuerzos revolucionarios de los pueblos de esas colonias, particularmente en Cuba, para afirmar la dominación estadounidense.

En 1904, el presidente Teddy Roosevelt dio a conocer el llamado corolario del “Gran Garrote” de la doctrina, arrogando al imperialismo estadounidense el derecho a ejercer el “poder policial” dondequiera que percibiera “irregularidades o impotencia” en el hemisferio. Esto preparó el escenario para unas 50 intervenciones militares directas de Estados Unidos.

En la segunda mitad del siglo XX, la doctrina se entrelazó inextricablemente con la Guerra Fría y una cruzada anticomunista global que vio a las dictaduras fascistas-militares respaldadas por Estados Unidos tomar el poder en gran parte de América del Sur y Central, asesinando, torturando y encarcelando a cientos de miles de trabajadores, estudiantes y otros opositores de la dominación estadounidense y los regímenes militares.

La “Doctrina Trump” conserva todas las características contrarrevolucionarias que surgieron en el siglo XX, pero despojada de cualquier pretensión hipócrita de que Washington persigue nobles objetivos de “libertad” y “democracia”. Consiste en nada más que la insistencia mafiosa de que el poder de los Estados Unidos hace lo correcto y que Washington se apoderará de lo que su poder militar le permita.

Un ataque a Venezuela sería solo el punto de partida para la agresión estadounidense en toda la región.

Según los informes, los funcionarios estadounidenses están viendo una guerra en América del Sur a través de la lente de la invasión de Panamá en 1989, cuando Noriega fue llevado de regreso a los Estados Unidos para ser juzgado por cargos de narcotráfico. Venezuela, sin embargo, tiene un área geográfica 12 veces mayor que la de Panamá, y su población es 10 veces mayor que la de Panamá hace 35 años. Además, Estados Unidos no tiene presencia militar en Venezuela, mientras que Panamá fue bifurcada por la Zona del Canal de Panamá administrada por Estados Unidos con múltiples bases militares y unos 13.000 soldados estadounidenses estacionados allí.

El informe del CSIS inyecta una nota de sobriedad en la atmósfera ebria de militarismo en Washington, advirtiendo que, si bien Estados Unidos es capaz de lanzar “una campaña aérea extendida, que consiste en una serie de ataques para paralizar y desestabilizar al régimen de Maduro”, tales campañas “solo han tenido éxito cuando se combinan con la amenaza o la realidad de una campaña terrestre”. Invocando las secuelas de la campaña de “conmoción y pavor” contra Irak en 2003, advierte que la oposición de derecha respaldada por Estados Unidos puede resultar demasiado débil para “ejercer control sobre el país una vez que tome el poder”, obligando al Gobierno de Trump ha asumir “el tipo de esfuerzo militar prolongado que ha tratado de evitar”, es decir, otra guerra eterna, esta vez en su “propio patio trasero”.

La política exterior del imperialismo estadounidense es una extensión de su política interna por otros medios. Washington se está preparando para lanzar una guerra contra Venezuela, incluso cuando la administración Trump proclama su guerra contra las ciudades estadounidenses y el “enemigo interno”. Ha emprendido una despiadada operación de Estado policial contra los trabajadores inmigrantes, que incluye, paradójicamente, despojar a unos 600.000 venezolanos del Estatus de Protección Temporal, una medida que es profundamente impopular en Venezuela. Mientras tanto, busca el despliegue de tropas del Ejército de los Estados Unidos en las principales áreas urbanas para reprimir a la oposición.

Incluso cuando Trump justifica un ataque militar contra Venezuela con sus absurdas afirmaciones de que el Gobierno de Maduro orquesta el flujo de migrantes impulsado por las brutales sanciones económicas de Washington y de dirigir cárteles de la droga, inevitablemente aprovechará un conflicto armado en América del Sur como pretexto para exigir poderes estatales policiales aún mayores dentro de los propios Estados Unidos.

Washington se ve impulsado a buscar por medio de la violencia criminal soluciones a problemas intratables arraigados en las contradicciones del capitalismo estadounidense y global. Hay una apariencia de locura en los objetivos de guerra del imperialismo estadounidense en América Latina. No puede revertir el ascenso de China como el principal socio comercial de Sudamérica con bombas y misiles, fuera de una guerra mundial total. Pero ese es el camino que ha elegido, junto con el impulso hacia la dictadura fascista.

La agresión armada de Estados Unidos contra Venezuela encenderá un polvorín social y político en América Latina, al tiempo que despertará la oposición profundamente arraigada en Estados Unidos al militarismo y los inevitables ataques sociales que acompañarán a otra guerra estadounidense.

La guerra no se puede detener confiando en la supuesta oposición a Trump del Partido Demócrata. Fue la administración Obama la que declaró por primera vez el estado de emergencia nacional en 2015, calificando a Venezuela como “una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de los Estados Unidos”. Al sentar las bases para las sanciones paralizantes destinadas a someter a Venezuela a la sumisión y a las interminables operaciones de cambio de régimen, el decreto fue renovado tanto por Trump como Biden. Cualesquiera que sean las diferencias que los demócratas tengan con Trump, centradas en gran medida en su demanda de una política más belicosa hacia Rusia, sobre todo temen una revuelta masiva desde abajo.

Al mismo tiempo, el Gobierno de Maduro, que representa los intereses de sectores de la burguesía venezolana y el capital extranjero, es incapaz de hacer un verdadero llamamiento antiimperialista a la clase trabajadora y las masas oprimidas de Venezuela y las Américas.

Los trabajadores de ambos lados del río Bravo deben comprender la realidad de que son el verdadero blanco del imperialismo y deben unir fuerzas más allá de las fronteras nacionales en una lucha unificada contra la guerra imperialista y poner fin al sistema capitalista que es su fuente.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 13 de noviembre de 2025)

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