¿Hacia dónde va el dólar estadounidense? Ésa fue la pregunta que dominó las discusiones entre los líderes del sistema financiero mundial al reunirse la semana pasada en Washington para las reuniones de primavera del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Un informe de Colby Smith en el New York Times capturó parte del ambiente.
El artículo comenzó citando declaraciones del secretario del Tesoro de EE. UU., Scott Bessent, dirigidas a una multitud de legisladores, reguladores e inversores, en las que intentó tranquilizarlos asegurando que EE. UU. deseaba un “dólar fuerte” y que ellos querrían mantenerlo.
El objetivo era ofrecer un “bálsamo”, según el artículo, después de que “violentas oscilaciones bursátiles, coincidiendo con el debilitamiento del dólar”, y la salida de capitales de los bonos del Gobierno de EE. UU., habían “provocado el pánico”.
“El hecho de que el Sr. Bessent encontrara necesario subrayar el mensaje ante una audiencia tan numerosa destacó lo precaria que se ha vuelto la situación desde que el Sr. Trump retornó a la Casa Blanca hace menos de 100 días. Lo que se asoma ahora con fuerza son incómodas preguntas sobre lo que ocurrirá si la comunidad internacional empieza a perder la fe en el dólar y en otros activos estadounidenses”.
Según Nathan Sheets, economista jefe de Citigroup: “La gente está ensayando escenarios que anteriormente habrían sido considerados impensables, y lo hacen de forma muy seria como parte de una planificación de contingencia”.
Reguladores, funcionarios gubernamentales e inversores quisieran creer que la turbulencia actual es una fase transitoria, que todo se calmará y que se volverá a la “normalidad” antes de que se haga demasiado daño.
Pero un análisis histórico demuestra que, independientemente de las fluctuaciones del mercado en el periodo próximo, se ha producido un cambio estructural.
El periodo del llamado orden económico global se divide en dos fases: de 1945 a 1971 y de 1971 a hoy.
En la primera fase, el sistema financiero internacional se basó en el Acuerdo de Bretton Woods de 1944, según el cual el dólar, respaldado por el oro a razón de 35 dólares por onza, se convirtió en la moneda internacional. El objetivo era poner fin al caos de los años 30, cuando el sistema comercial estuvo a punto de colapsar y el mundo se dividió en bloques rivales.
Ese sistema terminó el 15 de agosto de 1971, cuando el presidente Nixon retiró el respaldo en oro al dólar en condiciones en las que EE. UU. no podía cumplir con sus compromisos debido al incremento de sus déficits comercial y de pagos. Fue señal de que la dominación económica de EE. UU. —la base del acuerdo de Bretton Woods— se debilitaba sustancialmente.
Tras una gran turbulencia financiera e inflación galopante, el dólar continuó desempeñando la función de moneda internacional, pero sobre una base totalmente distinta.
Ya no estaba respaldado por el oro —la encarnación del valor real—. Se convirtió en una moneda fiduciaria apoyada en la confianza internacional en el poder financiero del Estado estadounidense. Este sistema tuvo efectos inmensos.
Liberado de las restricciones que implicaba su nexo con el oro, el dólar se convirtió en el centro de un vasto sistema de crédito internacional que crecía año a año, en la medida en que el capital financiero buscaba apropiarse de ganancias mediante operaciones especulativas.
Como parte del sistema de Bretton Woods, los tipos de cambio se mantenían fijos y existían por tanto grandes restricciones sobre el flujo de capital financiero estadounidense e internacional. Estas restricciones fueron eliminadas cuando Estados Unidos, el Reino Unido y otros gobiernos importantes desmontaron virtualmente toda la normativa previa, mucha de la cual databa de la década de 1930.
Este sistema se apoyaba en la confianza en el poder financiero del Estado estadounidense. De igual importancia era la confianza en la estabilidad de su estructura política y su Estado de derecho.
Ahora todo ello se encuentra en entredicho.
Tal y como señaló Mark Soble, presidente estadounidense del Foro Oficial de Instituciones Monetarias y Financieras, al Times: “El papel del dólar en el sistema no fue establecido por decreto divino. Refleja las características de Estados Unidos”.
Entre esas características se encontraban: una economía de gran tamaño que interactuaba con el resto del mundo; el sistema financiero más profundo y líquido; un banco central creíble; y Estado de derecho.
Estos pilares han sido destruidos o están en un avanzado estado de desintegración.
La política del gobierno de Trump, en condiciones de una economía globalizada, se basa en un nacionalismo económico virulento, hasta el punto de que, con aumentos arancelarios de hasta el 145 por ciento sobre China, ha levantado un muro entre EE. UU. y la segunda economía del planeta.
Y ¿qué futuro tiene “intercambiar con el resto del mundo” si éste es considerado como el enemigo que “estafa” a Estados Unidos, tal como Trump repite sin cesar?
¿Y qué hay de los mercados “más profundos y líquidos”? Desde la crisis financiera mundial de 2008, provocada por la actividad especulativa de los bancos e instituciones financieras estadounidenses, la estabilidad del mercado de bonos del Tesoro de EE. UU., actualmente de 29 billones de dólares, es fuente de creciente preocupación.
En marzo de 2020, al inicio de la pandemia de COVID, el mercado se congeló. Durante varios días no hubo compradores de deuda pública estadounidense —supuestamente el activo financiero más seguro del mundo—. Solo un rescate masivo de varios billones de dólares por parte de la Reserva Federal evitó el colapso total.
La credibilidad de la Fed, el banco central de EE. UU., un factor fundamental para la estabilidad según Soble, ha quedado en entredicho con las amenazas de Trump de destituir a su presidente, Jerome Powell. Aunque Trump se retractó tras recibir advertencias de que tal medida hundiría el sistema financiero, el daño ya está hecho.
Ahora la gran pregunta es a quién nombrará Trump al vencer el mandato de Powell el año próximo. ¿Será alguien que mantenga la llamada “independencia” de la Fed —es decir, su obediencia al capital financiero y su compromiso de contener la inflación— o alguien que se ajuste a los caprichos y arbitrariedades del trumpismo?
En cuanto al “Estado de derecho”, está siendo pisoteado cotidianamente mientras el presidente y sus seguidores se declaran por encima de la ley, desafían órdenes judiciales e incluso comienzan a arrestar jueces.
En medio del presente tumulto, desatado en el mes transcurrido desde el “día de la liberación” en que Trump lanzó su guerra económica contra el mundo, una de las mayores preocupaciones de los círculos financieros ha sido la inversión de una tendencia de larga data.
En muchas de las tormentas del último periodo —desde el crack bursátil de octubre de 1987—, la respuesta fue recurrir al dólar y a los activos financieros estadounidenses en busca de refugio seguro.
No es el caso ahora. Por el contrario, se ha producido una venta masiva de bonos del Tesoro, lo cual ha provocado un alza en los rendimientos o tasas de interés —que se mueven inversamente—, y el dólar ha seguido cayendo en los mercados internacionales de divisas.
En un artículo publicado en The Hill, el profesor de economía de la Universidad de Tampa, Vivekanand Jayakumar, observó que el “punto de vista ortodoxo” decía que la imposición de aranceles por EE. UU. fortalecería el dólar.
“Pero la realidad ha sido muy distinta… Por primera vez en la memoria viva, el dólar estadounidense no es la moneda automática de ‘resguardo’, buscada por inversores de todo el mundo durante periodos de crisis y momentos de aguda incertidumbre”.
De hecho, el sentimiento abrumador en los mercados financieros es “vender EE. UU.”.
El historiador especializado en el sistema monetario internacional, Barry Eichengreen, dijo al Times que ahora se considera un “escenario nefasto”.
“Una huida caótica del dólar sería una crisis. De repente, el mundo no tendría la liquidez internacional de la que depende la globalización del siglo XXI”.
Y no hay otra moneda que pueda asumir el papel internacional del dólar.
La economista jefe del BNP Paribas, Isabelle Mateos y Lago, declaró al Times que la búsqueda de “diversificación” debía ser realista porque “los activos de reserva, por definición, deben ser líquidos”.
China no cumple con estos requisitos, ya que carece de mercados de capital profundos y líquidos y su moneda no flota libremente. El Banco Central Europeo quisiera promover el euro, pero el volumen de activos denominados en euros “palidece en comparación con el de los mercados de capital estadounidenses”.
Pero tras reconocer acertadamente estas limitaciones, concluyó: “Un sistema multipolar puede funcionar perfectamente”.
Esta afirmación parece basarse en poco más que la suposición del “sentido común” de que si Estados Unidos ya no puede ser la moneda de reserva internacional, entonces la solución está en sumar más actores.
Demostrando la inutilidad del “sentido común” cuando se enfrentan las contradicciones del sistema capitalista, esta visión sobre un mundo multipolar ignora tanto la realidad actual como la historia.
Estados Unidos considera la supremacía del dólar como una cuestión existencial porque le permite endeudarse masivamente para sostener su economía y financiar su vasto aparato militar.
Durante la campaña electoral, Trump dijo que perder ese estatus sería equivalente a perder una guerra, y desde su regreso al poder ha declarado que cualquier intento del grupo BRICS y otros países de forjar una alternativa al dólar se enfrentará a represalias por parte de Estados Unidos.
Tampoco se han extraído las lecciones de la historia. Ya ha habido un mundo multipolar en el pasado. En los años 30 no existía ningún medio universalmente reconocido de pago internacional, aparte del oro, y el mundo se fracturó en bloques rivales, lo cual contribuyó de forma significativa a generar las condiciones de la Segunda Guerra Mundial.
Hoy, un mundo multipolar reproduciría esas condiciones de manera aún más explosiva.
Y cualquier regreso al oro, cuyo precio ha alcanzado máximos históricos, llegando hasta 3.500 dólares por onza, implicaría el colapso del gigantesco sistema de activos financieros y crédito basado en el dólar estadounidense, lo cual desembocaría en una depresión mundial.
Esta cuestión ya se planteó antes. En 1971, Nixon sabía que la única forma de mantener el respaldo en oro del dólar era sumir a la economía estadounidense y la mundial en una profunda recesión. Lo rechazó debido al auge de la lucha de clases y al peligro de una revolución social que habría conllevado.
La crisis actual no es simplemente el producto de la locura de Donald Trump. Él es la personificación maligna de tendencias y contradicciones que se han acumulado durante décadas. La crisis del dólar y del sistema financiero que sobre él descansa es la crisis de todo el sistema capitalista, que no tiene salida salvo que se considere la guerra, el fascismo, la depresión y la devastación social como soluciones aceptables.
Frente a este colapso histórico —que no es una tormenta en el horizonte, sino una realidad del presente—, el movimiento obrero internacional debe asumir y luchar por su propia estrategia socialista independiente. Ésta será el eje central del acto de Primero de Mayo que se celebrará el 3 de mayo.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 29 de abril de 2025)